Palabras danzantes

Miro el reloj, llego con el tiempo justo, paso rápido hacia aquel callejón que se convierte en un túnel y te saca del centro histórico de Valencia. Casi puedo oler la hiedra que conforma las cortinas en su fachada, el humo de los cigarrillos que sostienen tibiamente dos amigos que hacen tiempo mientras esperan, casi puedo escuchar el sonido de los tacones apresurados de la actriz que ha ido a buscar algo que olvidó en el coche y solo lleva un abrigo largo y oscuro por el que asoman dos piernas vestidas de medias negras. Imagino a la muchedumbre mientras conversan, se abrazan, sonríen. Los asiduos al Carme Teatre son tan particulares como el teatro.

He reservado una entrada para ver “Palabras danzantes” una obra de danza basada en la vida y obra de María Zambrano, una tarde entera para mi poeta a la que le laten los pasos de tacón, los minutos, la cara interna de las muñecas… Ansiosa por volver a mí misma doblo la esquina y veo el arco que enmarca el callejón, al bajar la vista descubro que el cemento no vibra, la hiedra cae lánguida en la fachada del antiguo edificio como muerta, ni siquiera puedo oler el humo años veinte, las escaleras están desnudas... No hay nada, nadie, un desierto extraño asola un panorama muy diferente a lo que esperaba.

Saco el móvil y busco el contacto de Raúl Carme Teatre:

— ¿Raúl? Estoy en la puerta y esto parece apagado… ¿ha empezado la obra?

— ¿Estás de broma? Nos hemos cambiado de local, ¡corre, coge el coche que te espero diez minutos!

— No llego… he aparcado lejos

Al darle al botón rojo de colgar siento como el viejo teatro se derrumba justo delante de mí, siento un enorme silencio… el ritmo de mis pasos disminuye sin dejar de subir los peldaños de la escalera, se apaga la ilusión, el impulso de una época donde mi vida latía a ritmo de verso y mis versos latían con poetas, pintores, actores… se cierra la ventana vespertina, ¿se aleja la poesía…?

Llego hasta la puerta, la pequeña luz sigue iluminando la pared roja donde aún está ubicado el timbre y llamo, nadie contesta, claro… le doy un empujón suave a la puerta y se abre, asomo la cabeza, está oscuro, muy oscuro, siento un escalofrío,« ¿qué estoy haciendo?», saco el móvil enciendo la linterna y alumbro hacia el pasillo, no hay nadie, con el impulso de entrar me tiemblan las piernas, «hola, ¿hay alguien ahí?» Aunque si lo haya no creo que conteste… entro despacio y mirando hacia atrás a cada paso recorro el pasillo hasta llegar al escenario. La luz de la linterna es potente, definitivamente no hay nadie, solo el escenario, los asientos y  apoyado en un rincón un palo de madera, enfoco la luz y le descubro una melena de paja. Me viene a la cabeza una frase de mi maestro de poesía, Puertodan siempre nos decía que un buen poeta es capaz de escribir un poema de cualquier cosa, hasta de una escoba, decía, y nos mirábamos sonrientes. Pasamos tres años con él y nadie escribió un poema a una escoba, pero sí escribimos infinidad de poemas que leíamos durante toda la noche, sin prestar atención a los primeros rayos que entraban por aquel ventanal alumbrando la mesa alargada plagada de folios, miradas cómplices, botellas con un dedo de vino, carcajadas, cadáveres de cerveza, anécdotas cubanas, ceniceros llenos, alguna mano clandestina dándose el gusto por debajo de la mesa, décimas y mucho verso libre.

Allí estamos la escoba de Puertodan y yo en el escenario casi a oscuras del Carme Teatre, alumbro los asientos, mi mano se desliza por el palo de la escoba, dejo el móvil en el suelo y barro recordando la única vez que he salido a este escenario en la primera edición de Vociferio, festival de poesía de Valencia, me vienen los versos de Metamorfosis el primer poema que leí en la slam de poesía, recuerdo el temblor de la hoja y la voz saliendo de mi cuerpo amplificada, los aplausos que me hicieron pasar de ronda y sentarme hasta la siguiente, cogida de la escoba me voy hacia los asientos y me siento.

— ¡Levántate!

¡O me he vuelto completamente loca o me está hablando la escoba!

— ¿Qué dices? ¿Para qué me tengo que levantar?

—Vamos a danzar

— ¿Danzar?

— Claro, las palabras danzantes, ¡la obra que venias a ver!

Todo es muy extraño pero me acerco a ella y sigo sus instrucciones. Me quito los zapatos y danzamos descalzas sobre el escenario algunos versos de Zambrano. « Llega la mirada anulando la distancia, quien la recibe queda traspasado ». Ella canturrea una tonadilla. Yo recito. «…soltaré esa imagen que tenía de mí misma, puesto que a nada corresponde y todas, cualquier obligación, de las que vienen de ser yo, o del querer serlo» Habitamos su palabra de la mano… «Sólo cuando la mirada se abre al par de lo visible se hace una aurora. » La danzamos «Y se detiene entonces, aunque no perdure y sólo sea fugitivamente, sin apenas duración, pues que crea así el instante.»

Salgo del antiguo Carme Teatre mareada sin saber cuánto tiempo ha pasado, recorro el trayecto hacia el coche con la sonrisa de medio lado, sensación de hormigueo en las plantas de mis pies y una sacudida en el alma.

 

Marea de maternidad

Siempre me han encantado los niños, al nacer mi hija me descubrí como la marea al atardecer y me dejé llevar.

Tengo inmortalizado en una foto el momento en que pusieron a Sofía sobre mi piel, el magnetismo fue tan fuerte que no podía separarme de ella, al dejarla en la cuna me sentía como si la distancia me doliese y la volvía a coger, la primera noche la pasamos pegaditas, tan unidas por fuera como lo habíamos estado por dentro.

A los dos días de nacer Sofía estaba amarilla, bilirrubina alta. «La vamos a tener que pasar a la UCI para ponerle un foco»  Aún no me había subido la leche pero Alberto fue a comprar un sacaleches y después de estimularme hasta las tres de la mañana conseguí bajar 20 ml de mi propia leche que le di en un biberón por el agujero redondo de la incubadora. Al día siguiente nos fuimos a casa.

Estuvo en control de peso cada dos días, yo empeñada en darle el pecho, el pediatra empeñado en darle leche de formula. Por suerte encontré un taller de apoyo a la lactancia materna y conseguimos establecer una lactancia que durará tanto como nos apetezca.

Cuidé a mi bebé con todo el mimo del mundo, por las mañanas la paseaba amarrada a mi cuerpo con usofia-porteadana tela larguísima en un nudo perfecto que nos procuraba sensaciones similares a la simbiosis de la gestación;
por las tardes ponía música tranqui y masajeaba todo su cuerpecito: pies, piernas, barriguita, espalda, brazos y cara, mis manos se deslizaban por su suavísima piel de bebé posándose como mariposas en cada toma de contacto; Sofía olía a amapola y canela, a sueño hecho realidad;

Las noches eran silenciosas, un nido de besos y caricias cuando dormía, un baile rítmico de balanceo y canto susurrado cuando se inquietaba; Me mantenía en vigilia controlando su respiración, vigilando su pañal y acercando mi pecho a su boca en sus despertares.

Cuando Sofía aprendió a andar empezamos a frecuentar parques, playa, espacios infantiles, talleres, teatros… Cerca de casa teníamos un parque precioso que fue una antigua mansión con un inmenso jardín de árboles altísimos llenos de nidos de loro. Allí disfrutábamos del sol y la naturaleza, jugábamos, cogíamos tesoros… En ese parque conoció a su primera amiga y con ella los primeros juegos, las primeras riñas por el mismo juguete, destellos incipientes de complicidad en sus ojos, las dos manitas juntas hacia el siguiente juego creando la magia de la amistad.

Un día fuimos a la playa, sacamos el cubo y la pala y empezamos a hacer un agujero para luego llenarlo de agua, se sumaron dos pequeñas mellizas que habían sentadas al lado, el agujero iba creciendo poco a poco, se sumó un niño más mayor con su hermanita bebé que estaba también cerca, el niño tenía fuerza y el agujero fue adquiriendo profundidad, llegó otra familia con tres niños y se ubicaron detrás de nosotros, pronto los tres estaban cavando en la arena y el agujero era cada vez más grande… Les dije que podían ir a llenar los cubos de agua, todos los niños fueron corriendo hacia la playa con sus cubos de colores: rojo, azul, amarillo, rosa, verde… flotaban bajo sus pequeñas manos colgando de sus brazos mientras los niños corrían hacia la orilla, y cuando el agujero se convirtió en un pequeño lago, Sofía me pidió con sus ojos muy abiertos y destelleantes que metiera una sirena, «Pero una sirena de verdad, mamá.»

Entonces me adentré en el mar con mi equipo de buceo en busca de la sirena, encontré peces, calamares, estrellas de mar, esquivé medusas… pero ni rastro de sirenas, crucé nadando todo el mar mediterráneo hasta llegar a una isla griega donde escuché el canto más bello e intenso que jamás había oído, bordeé una gran roca y justo detrás había un grupo de sirenas espléndidas. Para convencer a una de ellas de que fuese a la playa de Valencia a jugar con mi hija les describí el amor que sentía por Sofía, entonces Ligeia, una sirena de cabello brillante y ondulado hasta más allá de su cola, decidió acompañarme.

 

 

 

Reina del Agua

Agua, medio litro de agua baja por mi garganta a tragos enormes, nunca es suficiente una botella, la sed matutina es inmensa. Huyo de los ruidos vampíricos que intentan alejarme de las teclas, de las letras conexas que forman algo más grande, menos estereotipado.

Tú y yo, yo conmigo misma… ¿sola? Conduzco hacia el inmenso mar, los ojos donde reposa mi angustia, ella absorbe mis lágrimas y devuelve las preguntas de mi monologo interior con el mismo formato, una mirada a dos hacia dentro de mí misma, un desglose de mis monólogos interiores…

¿De qué le hablo hoy…?

Me viene a la mente el chat de anoche, la pregunta… «¿Cuál es el conflicto del libro?»

Esa es la clave, el conflicto, todos mis bloqueos vienen de no saber enfrentar los conflictos, «ser buena» tiene ese precio que ya no quiero pagar.

El conflicto: el gran tema, la evasión como aprendizaje que me ha llevado una vida entera, des aprender, borrar patrones, descifrar esas voces que vuelven a mi cabeza marcando el rumbo, descubrir mi propio rumbo y desoír las voces, acallarlas, El conflicto, dejar de ser la que huye, la que corre hacia el otro lado, ponerme muy recta, erguirme como un árbol ante mi propia condena: huir.

«El teléfono, matar al teléfono, matar a Platón, Chantall dándome pistas, tus gafas de serpiente, los gritos psicológicos, la toxicidad, matarlo, los martes dejando de ser martes, la angustia, el nido en el estómago, el gran conflicto: No. Matar a Platón. Elevarme, coger aire, alejar las voces, beber más agua, el nido, dar forma a la vida, Mi vida sin mí, Isabel Coixet dándome pistas, Chantall dándome pistas, yo mirando de frente al conflicto, Hainuwelle inventando conjuros para tomar las riendas, desoír las voces, latir al ritmo de la vida de mis propios pasos.»

El silencio y la carretera me ayudan a desenredar los hilos, el agua bajando por mi garganta, caigo en que mi mandíbula está menos rígida, lloro, como tantas veces mientras conduzco, utilizo las gafas de sol para ocultar que mi único tiempo para llorar es cuando conduzco o me quedo sola flotando sobre las teclas, mis lágrimas como puntas de clavos de un esqueleto gigante que se deshace, convierto hierro en masa ósea tomando las riendas, desentramando el gran conflicto, por primera vez en mi vida estoy lista, todos los caminos se van juntando en uno grande que voy construyendo para mí, el nido de seda, los hilos bien acomodados, esqueleto ligero. La felina maúlla con fuerza, así sean mis pasos.

Vaciarme, una idea que ya no me asusta, tener la capacidad de vaciarme ha sido un largo proceso de desaprender, deshacer patrones, abrirme. Ahora podré llenar con lo que yo quiera, elegir, estoy abierta a una vida con todas las cosas que me apasionan, que mueven mi espíritu guerrero. Mirar de frente al conflicto, acariciar el nido, acomodar los hilos donde reposan mis clavos, dejarlos salir en cualquier paseo en coche, en la ducha, mientras cocino, no dejar que  petrifiquen mi esqueleto.

Construir un lecho para mi costado, pelear como una leona y acallar las voces, reconducirlas con cariño… Volar de un minuto a otro construyéndome el destino a medida, litros de agua sin tragar ninguna imposición, ningún estereotipo tatuado en mi alma nueva, un formato de mi misma está naciendo desde las yemas de mis dedos, ideas brotan, hilos confluyen, conjuros de libertad, textos que cobran verdad en la única verdad que ahora mismo acepto, matar al dragón, elegir, confluir conmigo misma, es mi momento, hoy a partir de ahora, sin miedo, sin nido que apriete, con esqueleto ligero y un lecho para mi costado, bienvenida a la ciudad de la lluvia, a la locura, a las letras, bienvenida a mi propia vida.