Nido de clavos

Hace algunos meses que tengo una sensación de vértigo intermitente, he descubierto que tengo un hilo larguísimo enrollándose dentro de mi estómago que forma un nido que se expande y a la vez se hace mullido. Un solo hilo que sustituyó al cordón umbilical y va creciendo en mi estómago ramificándose hacia mí misma. Mi nido contiene algo punzante como clavos, tuercas o tornillos y está ubicado justo en la boca, por eso a veces pincha hasta hacerme perder el equilibrio y otras veces me hace vibrar en el limbo.

El nido que vive en mi estómago es de colores pastel, su hilo se desenrolla hasta mis lagrimales dejándose llevar en mis momentos de soledad, celebra el silencio con pequeñas puntas de clavo a las que les cuesta salir, permanecen creando una lente compacta en stand by hasta que cojo un pañuelo de tela y lo arrimo para que se posen sobre él.

Otras veces se desenrolla hacia mi cuello y deja una tuerca enredada a mis músculos cervicales, una tuerca trapecista que se instala para quedarse, para hacerme parar, para recordarme algo que mientras voy corriendo de una cosa a otra he olvidado. Cuando encuentro el espacio donde parar suben las puntas de clavo a mis lagrimales acompañados de un picor en la zona de la garganta, salivación y un dejar caer los hombros para que el agua sea capaz de fluir por si sola y fluir con ella.

El hilo es de a poquito y se reserva, proviene del nido donde guardo una muestra de mis clavos, tuercas y tornillos. De ese esqueleto de acero que voy desarmando lentamente a base de palabra y silencio, de mareas y mocos. Ese nido es justo lo que queda del naufragio, de la década en la cueva, de los sillones donde me senté una y otra vez para fundirme con el mar.

Para hacerme consciente lo inconsciente trae la palabra a las yemas de mis dedos apretando un poco el nido de mi estómago, cojo aire y acaricio las teclas dejándome llevar, entonces el hilo se despliega sístole en la expiración, diástole del verbo que dibuja negro sobre blanco en la pantalla.

El hilo también desciende para encender el fuego que parecía apagado, fósforo en la punta del tornillo, latidos intensos se precipitan haciéndome vibrar. Mi nido está formado por el costado que vibra con cada latido, por los recuerdos bellos y el aprendizaje. Está hecho del impulso que cogen mis pies al caminar, del acompañamiento de las piernas, del torso un poco inclinado hacia delante y la frente despejada.